02 mayo, 2010

El día del trabajo... inexistente


El Día Internacional de los Trabajadores o Primero de Mayo, es la fiesta por antonomasia del movimiento obrero mundial. Desde su establecimiento por acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional celebrado en París hace 121 años.


Durante el denominado bienio negro republicano y bajo el gobierno de Alejandro Lerroux se comenzó a desmontar la reforma agraria que había amagado el gobierno de Manuel Azaña, los terratenientes españoles dejaban en barbecho sus campos, forzando el paro agrario masivo y la consiguiente hambruna, al grito de: ¡comed república!.


En España, durante la dictadura del general Ísimo, la denominada "Fiesta de exaltación del Trabajo" se celebraba bajo la conmemoración de S. José Obrero y consistía en un festival gimnástico y de coros y danzas presidido por Ísimo en el estadio Santiago Bernabeu de Madrid. Tenía su lógica, dado que en ese lugar impera la pelota y en este país el peloteo al mandamás es una babosa tradición secular.


En el actual régimen partitocrático, legítimo heredero del franquismo, se utiliza con profusión la misma táctica de una forma general, no solo en la agricultura, pues un aumento del paro supone un problema para el gobernante y tiende a suavizar cualquier medida que amenace la preponderancia del dinero sobre el capital humano. Ejemplar resulta que en este crítico momento, con un paro superando el 20% de la población activa, el objetivo empresarial, ampliamente publicitado y apoyado por los media hasta haberlo convertido en un lugar común, consiste en la paradoja de que para aumentar las contrataciones es imprescindible abaratar el despido. No es difícil profetizar que los españoles comulgaremos con esta rueda de molino por uebos.


La Constitución española en vigor, sanciona en su artº 35.1. lo siguiente, y no es coña:


"Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo."


Veamos como el incumplimiento generalizado y pertinaz de este precepto constitucional afecta a los españoles de a pie con el ejemplo de la vida laboral de una persona que quiero y conozco desde chico:


José, llamémosle así en recuerdo del carpintero de Nazaret, comenzó a trabajar a los 21 años, ahora tiene 56, lo que supone que su estadía en el mercado laboral es de 35 años. La Seguridad Social establece que para tener derecho al cobro de pensión de jubilación hay que haber cotizado 15 años (5.475 días) y tener cumplidos los 65 años. La cuantía a percibir sería el 50% de la pensión que le correspondería en función de lo cotizado. Para recibir el 100% de dicha pensión hay que cotizar 35 años (12.775 días), con la particularidad de que 2 años de cotizaciones (730 días) tienen que haberse realizado en los 15 años anteriores al cumplimiento de los 65 años.


José ha podido cotizar en sus 35 años en el mercado laboral 7.848 días, lo que supone 21 años y medio de cotizaciones satisfechas. Los diversos trabajos que ha tenido que realizar en negro le han robado días de cotizacion.Le quedan pues por cotizar 4.927 días en los 9 años que le faltan para cumplir los 65, para percibir el 100% de la pensión a que hubiera derecho. Pero 4.927 días equivalen a casi 13 años y medio por lo que, en el estupefaciente supuesto de que nuestro amigo tuviese curro hasta el aburrimiento, para cobrar la pensión íntegra habría de jubilarse a los 70 años, más o menos.


Y no es que José sea un vago, un ejemplo que acredita su disposición al trabajo es que, con una edad cercana a los cincuenta y con una experiencia laboral en la que predominaba el trabajo administrativo o técnico, tuvo los cojones de reconvertirse en camionero y trabajar casi nueve años poniendo y retirando contenedores de obra, con jornadas laborales de 14 horas diarias y un machaque físico absoluto.


Sostengo que esta España con su régimen corrupto y fraudulento, que sufrimos sus ciudadanos porque queremos, ha estafado vitalmente tanto a José como a los millones de Pepes que por falta de cotizaciones suficientes y gracias a la inepcia de las clases dirigentes y al canibalismo empresarial español, han de afrontar un futuro incierto y economicamente depauperado. Ya nos gustaría a mí y supongo que a ellos también, la posibilidad de comer República.


Este archivo de audio forma parte de la tercera entrega del podcast Aulli2, bajo el epígrafe de "El aullido introspectivo", si quieres subscribirte gratis a Aulli2, clica aquí

5 comentarios:

Ricardo dijo...

¡pues qué suerte tiene el cabrón! Hay otros, que ni eso.

Las faltas de subvenciones de éste último primero de mayo, se ha notado; y es por eso su falta de convocatoria. En las dos últimas del año pasado, ccmo la subvencion era jugosa, tubieron suerte; esta vez no; hasta los zapateristas les insultaban, a los jefes de sus organismos.

Estube cerca de Alternativa anticapitalista, de Jaime Pastor; esos que se cargaron IU, dando el poder a Llamazares...

Ricardo dijo...

Has estado buenísimo con la realidad española, pero que muy bien; He pasado la emisión a unos cuantos correos.

ricardo dijo...

http://www.meneame.net/story/fuimos-clandestinos-comunistas-espana-final-sesenta-sabemos-par

Ricardo dijo...

http://acratasnew.blogspot.com/2010/05/espana-se-prepara-para-comerse-un-yogur.html#comment-form

Ricardo dijo...

Asunto: http://www.facebook.com/l/c278d;Diariorc.com
A. Sanchidrián. Diariorc
Descomposición total


La semana pasada salieron a la luz unas imágenes, recogidas por las cámaras del metro de Madrid, en las que podía contemplarse la brutal paliza, sin mediar palabra o aparente provocación, de un joven a otro. Mientras el agredido recibía un aluvión de golpes, con unas consecuencias para su salud entonces difíciles de calibrar, la gente que viajaba en el vagón se ocupaba en alejarse de la escena, demostrando que el destino del infortunado no era cosa suya, y que no merecía la pena el arriesgarse a recibir siquiera un golpe por interponerse. Unas trémulas manos fueron todo el apoyo que recibió.

La reacción que acabo de relatar no constituye un hecho aislado, sino que forma parte de la idiosincrasia de la sociedad española. Algo que, entre la dictadura y el posfranquismo vigente, han terminado por forjar. La eliminación sistemática de toda posibilidad de acción colectiva partió de la esfera de la política. Y de su potencia final da testimonio el citado ejemplo, por cuanto ya afecta incluso a las formas más espontáneas e inocentes: en el caso que nos ocupa, ante la flagrante injusticia de la inopinada agresión, el poder ponerse rápidamente de acuerdo entre al menos dos viajeros, para tal vez así arrastrar a otros, e intervenir en frenar la paliza.

Desde el poder, se ha creado el ambiente que disuelve todo interés de grupo si éste no es oficial-protoestatal. Así, todos los españoles saben, aunque no estén dispuestos a reconocer: (1) que no todas las normas, desde las más elevadas hasta las más cotidianas, son de aplicación efectiva, quedando a criterio discrecional de la autoridad; (2) que cuando sí se aplican, las leyes mantienen un premeditado rasgo de indefinición que permite no administrarlas a todos por igual; (3) que, según el caso, las sentencias pueden mitigarse por otras vías, incluso no cumplirse; y (4) que, en determinadas materias, resulta más gravoso comportarse correctamente, pues la actitud de la autoridad y la propia ley terminan beneficiando al tramposo, estafador, agresor o delincuente. Esto promueve las actitudes clientelares, minando la empatía y acabando por inhibir a los sujetos de los problemas comunes, que ahora se vislumbran ajenos.

La secular convivencia bajo regímenes sin separación del poder y sin posibilidad efectiva de vigencia del principio de legalidad, han convertido a la sociedad española en un mero agregado de individuos, inhábiles, en su gran mayoría, para generar asociaciones cuyo mero fundamento sea su aspiración de mejorar la existencia colectiva, compartiendo la idea de cómo hacerlo. A la falta de cauces institucionales apropiados (o al margen de las organizaciones estatales, per se incapacitadas porque sus propios intereses se construyen, precisamente, sobre su prerrogativa para obstruir el acceso al Estado de los grupos activos en la sociedad), con la desmoralización que ello acarrea; se agrega una atmósfera en la que, es de sobra conocido por todos, que los fulanos que intenten algo así nunca resultarán beneficiados tal por acción, como poco serán ignorados, o que, si se significan demasiado, se exponen a sufrir las consecuencias de semejante desafío.