23 diciembre, 2007

LA TRAMPA DE LAS LISTAS ABIERTAS






Que con buenas intenciones se han causado los mayores daños es una evidencia histórica difícilmente cuestionable, y en el actual discurso político oficial, ante la hecatombe manifiesta de la ruindad institucional y “constitucional” típicamente defensiva de quienes apalancan este régimen de partidos, unos pocos se aferran a una reformista tabla de salvación que acabe con el déficit democrático que ya no se puede esconder: El cambio del sistema de listas cerradas y bloqueadas de partidos por otro de listas abiertas, también de partidos.


Se trata de una burda simplificación intelectual ajena al control ciudadano sobre el representante, ya que la adopción del sistema de listas abiertas de partido, no resuelve el problema de la representación y responsabilidad del elegido frente al elector, resultando que, en cualquier caso, para ser elegido, habría forzosamente que pertenecer a la lista de un partido concreto que lo incluya.


Efectivamente, para poder ser elegido, el partido, verdadero y único sujeto de la acción política, seguiría diseñando el “menú” de elegidos a incluir en dichas listas a través de sus cúpulas, por lo que la separación entre la sociedad civil y política se mantendría de igual forma que en el actual sistema de listas cerradas, ya que el poder último, la mal llamada “soberanía”, residiría en última instancia en el partido y no en el ciudadano. Exactamente igual que ahora.


Dar carta de validez al cambio de unas listas cerradas a otras abiertas como simple solución al problema representativo supone expreso reconocimiento de que el sujeto político sea el propio partido y no el ciudadano, que únicamente puede ejercer la acción política a través de aquel, quedando de nuevo a merced de una clase política generada por la oligarquía de partidos, donde la promoción dentro y fuera del grupo partitocrático se consigue con instrumentos tan característicos como el servilismo y el pactismo.


Ello no viene a significar la maldad intrínseca de los partidos políticos, cuya utilidad vehicular de las ideas y aspiraciones ciudadanas es evidente y asumida por cualquier demócrata, sino que lo sancionable es su posición como titulares del monopolio de la política insertándose en el estado como verdaderos órganos administrativos gestores de la “cosa política”.




La oligarquía de partidos, ya sea con listas abiertas o cerradas, se caracteriza por la configuración del partido como tentáculo del estado que establece su relación con el ciudadano de arriba hacia abajo, saliendo del Estado hacia el ciudadano y no al revés como verdadera asociación ciudadana de orden político destinada a proponer una determinada acción de gobierno que es precisamente su función.


El carácter cuasi-administrativo de los partidos en el régimen partitocrático queda de manifiesto en otros aspectos sintomáticos como es la subvención estatal, pesebre perpetuo y premio a su papel en el sistema que instituye (de Institución) a los partidos en el mayor enemigo de las aspiraciones democráticas de los ciudadanos, que ven como aquellas siglas que han votado son diferentes en el poder que fuera de él, produciéndose la quiebra entre la sociedad civil y la sociedad política.


Por tanto, la solución de las listas abiertas no es más que un ejercicio de defensa propia de los partitócratas, que así reconocen prima facie la existencia de un déficit democrático en España como problema cierto y tangible.


Y una sociedad que se proclame avanzada plantea los problemas sólo cuando los pueden afrontar y resolver. Hoy la sociedad se plantea a diario como problema la situación política española y su déficit democrático, situación que es fácilmente reconvertible desde el mismo momento en que asumamos que no es sino la culminación del proceso de Transición que supuso el pacto entre el franquismo, legitimado por unas elecciones sin libertad, y la admisión de los partidos políticos entonces ilegales.


Este pacto queda reflejado en la Constitución de 1978, donde se elimina la separación de poderes, los partidos políticos se constituyen en los únicos agentes políticos y se separa radicalmente la sociedad civil de la sociedad política, concediéndosenos todas las libertades (reunión, expresión...) pero negándosenos la más importante: la libertad política de elegir, controlar y deponer democráticamente a nuestros legisladores y gobernantes.


Es por ello que las libertades existentes pueden ser utilizadas para todo menos para constituir y renovar el poder político del Estado o para controlarlo. Todo este sistema político nacido del pacto entre franquistas y partidos de la oposición, exponente máximo del oportunismo social de una generación, necesita como otro instrumento para mantenerse, además de los referidos (servilismo y pactismo) a la corrupción.



Lejos de listas abiertas (al fin y al cabo, listas), la única solución para acabar con el déficit democrático es la reforma de la Constitución para eliminar el criterio de representación proporcional (Art. 68.3) en las elecciones generales y locales, paso decisivo para llegar a la Democracia en España.


Y es que, la aplicación del criterio de proporcionalidad a las listas que se presentan en cada una de las circunscripciones hace que los “representantes” elegidos por los ciudadanos no sean más que delegados de los partidos que han elaborado esas listas, basadas en la sumisión a la cúpula del partido y no en la defensa de los intereses de los electores.


El actual sistema electoral convierte al elector en espectador pasivo e impotente ante el pacto y mercadeo de escaños y concejales, elementos fundamentales para la formación de mayorías. La representación deja de existir porque el sujeto del poder político es el partido y no el elector. El “representante” no es responsable ante el elector sino ante la máquina partidista a la que obedece servilmente para repetir en la próxima lista electoral.


La implantación de un sistema mayoritario de distrito uninominal haría que los elegidos fueran verdaderos representantes de los ciudadanos. Éstos, elegirían a un solo candidato, incluido o no en un partido, por cada uno de los distritos electorales en los que fuera divido el territorio por razón de su densidad de población. Así, la Asamblea quedaría formada por la reunión de los representantes elegidos por cada distrito electoral.


Sólo con un sistema mayoritario uninominal los ciudadanos podemos obtener representantes libres de todo mandato imperativo y de toda imposición partidista. La responsabilidad de los representantes sería directamente ante los electores y solamente a éstos correspondería premiar o castigar su actuación política no solo cada cuatro años, sino durante toda la vigencia del mandato al poder revocar cada distrito a su representante en el curso de la legislatura a través del sistema de remoción electoral, si defrauda a las expectativas que le elevaron a la Asamblea.


La posibilidad de exigir responsabilidades no se circunscribiría a la mayoría ya que la minoría tendría un papel fundamental como es el de controlar a aquella, siendo su fuerza suficiente para poner en marcha todo tipo de mecanismos de control. Se daría así una auténtica responsabilidad entre el elector y SU representante.


Por otro lado, supone una ventaja adicional aunque no por ello menos importante, resultante de la supresión de las actuales discordancias entre el número de votos obtenidos y el efectivo equilibrio de poderes, que actualmente favorece un papel excesiva y peligrosamente preponderante a los partidos de tendencia nacionalista que ven como con obtener una cantidad de votos en el territorio de su influencia obtienen un escaño mientras que los partidos de ámbito nacional precisan para ello una cantidad superior. Todo ello se ve superado en el sistema uninominal y mayoritario en el que la votación por distrito electoral otorga una situación de igualdad a todos los ciudadanos independientemente de la localidad o provincia donde se hallen.


Pedro M. González

18 diciembre, 2007

LA GRACIA DE DIOS...



Este artículo, modificado y con otro título* ha sido publicado en el Diario de la República Constitucional, lo reproducimos a continuación, a efectos de comparación:

*La modificación y el cambio de título se han producido con la conformidad del autor.


Asistimos actualmente a las últimas peripecias de toda una generación de españoles, casi dos, a los que ha cabido el dudoso honor de pasar a la historia como aquellos que fueron capaces de hacer todo lo contrario de lo que tenían en encomienda.

Tuvieron en sus manos la posibilidad de hacer la transición de la dictadura a la democracia, pero se limitaron a hacer la transición hacia nadie sabe qué. En realidad lo que hicieron fue sacralizar la propia idea de "la transición". Una transición siempre inacabada e inacabable, de la dictadura franquista a la permanente crisis nacional y de estado, como régimen político ordinario y normal.

Lo que hicieron fue construir una enorme estafa: la monarquía parlamentaria restaurada. Eludieron la democracia política, no establecieron garantías para los derechos individuales, escamotearon la separación de los poderes del estado y abrieron una grave tensión nacional al dar el poder regional a los independentistas en Cataluña, Vascongadas y Navarra.

Ahora, después de treinta años cantando las loas de ese desastre, casi todos ellos reconocen que la Constitución de 1978 es inservible y ha de reformarse, pues sus explotadores estarían dispuestos a reformarla ad infinitum antes de admitir tal cosa. No pueden afirmarlo, pues en la propia Constitución está la fuente mítica de su poder.

De lo más profundo de Cuelgamuros surge un carcajeo que inunda España, es la risa que inspiramos los ciudadanos a nuestra clase política. Rían señores rían, espero que se les atragante la risa cuando sepan que aquellos que teníamos veinte años en la “Transacción” y nos llevamos los palos por la libertad y la democracia, nos hemos enterado de por qué cobramos entonces y qué y a quienes sostenemos ahora.

Carpe Lope

05 diciembre, 2007

Cacahuetes



Leído en El Confidencial.com el 29/11/2007

Al Rey le toca el ‘premio Gordo’ de la Mutua, dotado con 750.000 euros.

En un año plagado de polémicas para la Casa Real española, Don Juan Carlos I ha sido el agraciado en la primera edición del Premio Mutua Madrileña 2007, la recompensa mejor pagada de los premios españoles hasta la fecha. Curiosamente, Su Majestad recibirá el galardón tres días antes de que los niños de San Ildefonso canten los números de la Lotería Nacional.

El premio ha sido concedido por unanimidad “en reconocimiento a su trayectoria y su compromiso con la mejora de la sociedad”, según la propia Mutua. El Jurado, compuesto por Reales Academias y presidido por José María Ramírez Pomatta, ha destacado que los más de 30 años de reinado de Juan Carlos I constituyen “el periodo más largo de paz, estabilidad, libertad, progreso y cohesión social de nuestra historia”.


Al leer esta noticia me acordé de cuando era pequeño y me llevaban al Zoo, la jaula de los monos siempre estaba rodeada de grupos de chiquillos arrojándoles los cacahuetes que una mujer vendía en los aledaños a la misma. Yo también les eché cacahuetes a los monos, los animalitos lo agradecían obsequiándonos con sus "monerías".

Encuentro un cierto paralelismo con la costumbre que tienen los plutócratas españoles de abrumar al rey con sus "desinteresados" obsequios; efectivamente, los sucesivos "Fortunas" y "Bribones" e incontables agasajos de todo tipo vertidos sobre la primera magistratura española, se me asemejan a los puñados de manises con los que los crios de antaño "fusilábamos" a los macacos en el antiguo jardín zoológico del Retiro de Madrid.

Este último galardón otorgado, aúna la ordinariez de dar dinero al rey, que no lo precisa, con la sospecha de que detrás de tanta generosidad se ocultan propósitos inconfesables. Por otra parte el motivo aducido para el obsequio real es sorprendente, "su trayectoria y compromiso con la mejora de la sociedad" es decir, por cumplir su cometido. Un castizo diría que se lo han dado por el morro. Lo dicho, una horterada.

Tengan cuidado, munífices monárquicos, corren ustedes el peligro de sepultar el objeto de sus amores bajo una montaña de "cacahuetes en metálico", no vayan a hacerle daño...

Krlos Vilamallén