28 enero, 2007

SOBRE IZQUIERDAS Y DERECHAS



La izquierda y las derechas europeas y españolas, en tanto que movimientos sociales y políticos, hace tiempo que se convirtieron en puras plataformas de poder, en estrategias para la toma y control del Estado y nada más. La transición española de 1976-1978 se realizó sobre esa presunta división, lo que sólo sirvió para escamotear la realidad del fraude colosal que condujo a España desde la Dictadura franquista a la vigente Oligarquía Partitocrática, eludiendo cuidadosamente el establecimiento de la democracia.

Lejos quedan ya los momentos iniciales de esas dos referencias espaciales. Y es que derechas e izquierdas modernas tienen fechada, casi con la precisión de la hora y el minuto, su momento inicial: el episodio del recuento de sufragios, en la votación sobre el derecho al veto del soberano en la Asamblea Constituyente francesa, el 28 de agosto de 1789, dió lugar a la aparición de los términos izquierda y derecha. Para realizar el recuento, a la derecha de la presidencia se situaron los partidarios del veto real sobre las leyes, los partidarios del despotismo; a la izquierda, los partidarios de que el Rey no tuviese derecho de veto sobre las iniciativas legislativas, es decir, los partidarios del gobierno popular. En suma, derecha e izquierda significaron en su momento fundacional la metáfora espacial del pasado y del futuro.

Han pasado muchos años desde entonces y, con el tiempo, izquierdas y derechas se fueron convirtiendo en dos denominaciones vacías y asfixiantes. Pasó el siglo XIX con sus revoluciones siempre inconclusas, con la aparición del socialismo, nueva (entonces) izquierda que prometió el paraíso en la tierra. El pasado quedaba cada vez más lejos, pero los términos se mantenían. El nuevo socialismo reclamaba su carácter “izquierdista”. Y llegó el siglo XX, en el que el socialismo alcanzó sus más altas cotas en Rusia, con la aparición de la Unión Soviética (1917), así como en Alemania, con la afloración del nacional-socialismo (1933). Entre ambos, un importante dirigente del Partido Socialista Italiano, Benito Mussolini, se separó del partido para crear una nueva teoría socialista llamada a alcanzar el éxito en breve plazo: el fascismo. Los socialistas marxistas denominaron de “derecha” al socialismo nacionalista o fascismo de Italia y Alemania, sin reparar en la paradoja de que el socialismo radical o comunismo, no era sino una versión de ese mismo socialismo nacional, pero en Rusia. Todos ellos, fascismo y comunismo, se convirtieron en las más terribles dictaduras que haya conocido jamás la historia de la humanidad.

Y sin embargo, pese al fracaso de todas esas ideas que se reclamaban de “derecha” o de “izquierda”, cuando el mundo ha terminado de poner en sus sitio a todas esas ensoñaciones mitificadoras que sólo alcanzaron el desastre, la dicotomía sigue viva y con una virulencia creciente. En la política española actual, hay muchos que piensan que es preferible una Monarquía de “izquierdas” (léase el Rey con un gobierno del PSOE) que una República democrática, a la que se llega a calificar, a veces, como “república de derechas”.

Quizá por todo ello sea preciso retomar hoy, de nuevo, el viejo camino abandonado, la senda perdida del combate más intransigente por la libertad real, por la igualdad efectiva y por una justicia social eficaz. Retomar las ideas y programas del discurso que nace de la Democracia, que ha sido la gran ausente en nuestras sociedades europeas. Porque aún hay muchas Bastillas que derribar, aunque sean Bastillas en las que se encierran, junto a los caducos monarcas, las no menos caducas izquierdas socialistas.

Pla

11 enero, 2007

EL VALOR DE LA TECNICA CONSTITUCIONAL


Resulta unánime en las ideologías que se reclaman democráticas la formulación programática de la Libertad Política como algo inherente a su propia concepción social.

Ya se sea liberal, socialdemócrata o conservador, se asume la premisa de la libertad política como algo esencial para su desarrollo ideológico. Sin embargo tal asunción no es tal, sino presunción ya que en nada explican, formulan ni exigen sobre las condiciones constitucionales de necesaria observancia para llegar a tal libertad política.

En consecuencia la Libertad Política para las ideologías de la postmodernidad es un elemento preexistente al ser propio del que no se ocupan en absoluto ni merece la menor consideración técnica, pues se da por supuesta.

Si además de ello, las ideologías organizadas en partidos pueden llegar al poder político sustrayéndolo a los ciudadanos y encastrándose en el Estado, la presunción de la existencia de Libertad Política eliminándola del debate público, es un útil anestesiante de la sociedad civil.

Sin embargo tal presunción es falsa. La libertad política, lejos de ser un concepto abstracto es claramente concreto y articulable a través de unas normas básicas, pocas, pero de inexcusable cumplimiento. No está ahí porque siempre estuvo, sino que debe ser articulada positivamente. Ahí reside el valor de la técnica constitucional.

No por creer en la separación de poderes esta existe; no por valorar positivamente la representación entre el elector y el elegido esta se da; y no por votar nos encontramos en Democracia.

La denuncia de la Gran Mentira encuentra vehículo en la cuestión constitucional. Que esto no es una democracia resulta de fácil explicación al ignorante que se transforma en sorprendido tras la simple formulación y sencilla explicación de un simple principio: Donde no hay separación de poderes, no hay democracia.

La explicación de estas pocas normas y su alcance (Presidencialismo, separación de poderes, sistema electoral mayoritario por distrito uninominal…) en contraste con la prostitución de la palabra democracia en la oligarquía de partidos, es un útil arma de fácil uso.


Pedro M. González

02 enero, 2007

ESPAÑA ANTE EL AÑO 2007


En este año 2007 se conmemorará el 30º aniversario de las primeras elecciones parlamentarias celebradas en nuestro país tras la muerte del Dictador (1975). Fueron las elecciones a Cortes Ordinarias convocadas por Adolfo Suárez para junio de 1977, con las que culminó la operación de Reforma Política del franquismo iniciada por el mismo Suárez y por el Rey, en 1976. Tras las elecciones, esas Cortes Ordinarias se autoproclamaron Cortes Constituyentes y elaboraron a espaldas de la población, con el mayor secreto y sigilo, la Constitución de 1978. Una Constitución que hemos padecido más que disfrutado, pues en ella están las claves de la gravísima crisis nacional que está produciéndose desde los atentados del 11 de marzo de 2004, en Madrid, que tanto han marcado el devenir de nuestro país hasta hoy mismo.

En 1977 se inició para España el tiempo del “como si…” que ha caracterizado la política nacional hasta ahora. Durante estos años se suavizaron los modos de la dictadura, se realizaron regularmente elecciones falseadas por la legislación electoral vigente, se alimentó y acrecentó la partitocracia, se asfixió la libertad, se expandió la corrupción, se fortalecieron las oligarquías regionales y locales, y persistió el terrorismo (el nacionalista y el de Estado), para evitar y eludir la democracia. Eso sí, vivíamos “como si” hubiese democracia y “como si” hubiese libertad. Así hemos tirado durante 30 años infamantes de mentiras, de consunción, de paralización paulatina que nos ha conducido al estado de situación presente. Una situación que amenaza ruina por todas partes. Una ruina que trasciende a las instituciones de esta corrupta monarquía para amenazar directamente la propia existencia nacional.

La ruina amenaza ya hasta la economía, que ha sido único aspecto positivo en el decepcionante devenir seguido por esta pseudo-democracia inaugurada en 1977. Ruina interna y externa. Ruina del denominado “Estado de las Autonomías”, convertido en carrera hacia la secesión de los 17 “paisitos” en que, poco a poco, se van convirtiendo las 17 autonomías. Ruina del parlamentarismo autoritario que se ha querido hacer pasar por democracia. Ruina de los dos partidos dinásticos (PSOE y PP), tan estériles como golfos. Ruina de las instituciones y de la justicia. Ruina del sistema educativo. Destrucción del mercado interior. Ruina de la cohesión social. Ruina hasta de nuestro idioma, implacablemente perseguido en Cataluña y Vascongadas, sí, y en Valencia, Galicia y Baleares. Triste destino el que nos ha tocado teniendo que vivir este tiempo del “como si”.

El desencadenante final de ese estado de ruina ha sido, curiosamente, el afán de dar satisfacción a los nacionalismos, especialmente a los nacionalismos terroristas. El llamado “proceso de paz” con ETA ha terminado por poner al descubierto las vergüenzas de estos años miserables. La bomba de Barajas, el 30 de diciembre de 2006, ha terminado de poner en claro, negro sobre blanco, el horror hacia el que nos empujan las deficiencias y errores de la Monarquía Partitocrática. La crisis nacional está terminando por alcanzar al Gobierno y a la misma monarquía. Es justo, pues son ellos los principales culpables de este estado de cosas. Frente a ello, la propuesta de República Constitucional lanzada por Trevijano, y que en el Club Republicano hacemos nuestra, constituye la única luz que puede ayudar a España a salir del agujero negro del mundo del “como si”.

Pedro López Arriba