
Un republicano leal, y nosotros lo somos, tiene claro que la monarquía, en cualquiera de sus formas, es demasiado opuesta a la República como para plantear la más mínima duda, en principio. Y, sin embargo, convendría revisar adecuadamente la cuestión, pues no siempre están las cosas tan bien definidas. Aparentemente, no debería haber contraposición entre los dos términos del título, pero ¿es eso así siempre y en todos los casos?
Los sucesos de Gerona de hace unos días, durante los que algunos independentistas quemaron fotos de los reyes, ponen de relieve un asunto sobre el que conviene reflexionar. Me refiero al hecho de que, por lo general, en los medios de comunicación y en la opinión pública, la República no se define nunca por lo que ella es. Casi siempre se la intenta identificar por lo no es, es decir, por la Monarquía. De ahí que los independentistas gerundenses que quemaron esos retratos reales se hayan podido autodenominar, tal como hemos visto en la televisión, de activistas “antimonárquicos”, con la más que probable intención de ganar para su causa las simpatías del creciente republicanismo que se va extendiendo por España.
El fraude político trepa por el republicanismo cuando éste se limita a ser la mera negación de la monarquía, o a expresar formas de Estado Totalitario que no se identifican con la libertad de la democracia. Porque la República es, ante todo, la libertad individual y la democracia política. Y es la indefinición política en que se pretende situar a la República, al definirla exclusivamente en función de la Monarquía, la que permite a muchos oportunistas que no son republicanos el poder de presentarse como tales. Así sucede con los comunistas, o con muchos fascistas, o con los totalitarios nacionalistas. Todos ellos, con la fácil coartada de un presunto antimonarquismo, se presentan como “republicanos”, cuando les interesa, pese a no serlo en modo alguno.
Como acertadamente ha señalado García-Trevijano, “sin construirse previamente como alternativa a la monarquía, la República adviene de repente como solución a la crisis monárquica. Y cuando se hace real como forma del Estado, no está realizada en el espíritu ni en el cuerpo social. Llega sin apenas republicanos. Esto, y no otra cosa, es lo que explica sus repetidos fracasos y sus continuos renacimientos. La incapacidad de la idea republicana para ser alternativa de poder institucional, atrasa su porvenir como forma democrática del Estado. La Monarquía dura como lo malo conocido frente a la República por conocer” (discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid, el 28 de marzo de 2006).
Y es que, sin conocer las causas de los éxitos y fracasos republicanos en España, sin saber de la naturaleza de las instituciones políticas, y sin definir cómo ha de ser la democracia política, las propuestas republicanas no pasan, en su vaguedad, del puro sentimentalismo, de la nostalgia, o del oportunismo más siniestro.
Salud y República
Pla (CR3)