13 octubre, 2007

LA DISCUTIBLE DISCUTIBILIDAD DE LA NACIÓN



La frase del socialista Zapatero pronunciada ante el Senado de la vigente partitocracia española fue “la nación es un concepto discutido y discutible”. Una frase incompleta, pues es claro que no se refería a las naciones habitualmente consideradas como la francesa o como la norteamericana. Tampoco se refería a las fantasmagorías de los exaltados catalanistas, vasquistas u otros, que no son discutibles, pues lo que son, es inexistentes. No. Se refería a la Nación Española, no a otras. Fue el 18 de noviembre de 2004 y abrió una gran cantidad de interrogantes, sobre él, sobre las izquierdas españolas y sobre la partitocracia que nos oprime.

No voy a repetir aquí lo que cualquiera puede saber sobre la creación de las naciones modernas como espacios de convivencia entre iguales, orientadas a la consecución de la libertad política, la defensa de los derechos individuales y el progreso y bienestar de las sociedades actuales. Quienes atacan en España la nación no son ni siquiera nacionalistas. Y es que su reclamación no se dirige a ningún afán restaurador, pues jamás hubo naciones en la Península Ibérica, fuera de España y Portugal. Su afán no es proponer nuevas creaciones nacionales, por muy enloquecidas que puedan parecernos, sino negar y destruir las realidades nacionales existentes.

La principal cuestión que se esconde bajo la frase de ZP no es la que nos llevaría a un debate sobre nación y nacionalismo. La principal cuestión estriba en determinar cuando dejaron las denominadas “izquierdas” de tener la libertad, la igualdad y la fraternidad nacionales, entre sus prioridades. Tampoco se trata de establecer una fecha, pues de lo que se trata es de establecer los contornos de un problema. Porque las denominadas “derechas” nunca se distinguieron en parte alguna por su amor al tríptico republicano clásico (Libertad, Igualdad Fraternidad). De ahí que el gran problema para las sociedades europeas, y desde luego para la española, nació cuando las denominadas “izquierdas” pasaron a tener como objetivo primordial la conquista del poder, a cualquier precio, dejando de sentir como prioritaria la reivindicación de la libertad política, la igualdad ciudadana y la fraternidad social.

Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918) el siglo XX conoció algunas de las más terribles tiranías que la historia recuerda. El socialismo nacionalista de Stalin en la URSS, el nacional-socialismo de Hitler en Alemania, conforman los paradigmas que resucitaron, en el siglo XX, el discurso de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo". Socialismo nacionalista, nacional socialismo: mesianismos de extermino. Nacionalismo y socialismo, fundamentos básicos de las más horribles tiranías que la humanidad jamás padeció. Ahí se fraguó la crisis teórica de las denominadas “izquierdas”, con la primacía de un obrerismo que abandonó totalmente los ideales de libertad. El daño producido en la ideología tradicional de la izquierda por la práctica de políticas reaccionarias por socialistas y comunistas ha sido inmenso. Las denominadas “izquierdas” obreras se dedicaron a la práctica de políticas directamente contrarias a la libertad, a la igualdad y a la justicia social; a la práctica de políticas de corrupción generalizada; a la práctica de políticas que no han retrocedido ni ante el crimen de Estado. Políticas muy poco de “izquierdas”, en su sentido clásico.

Así hemos tenido que ver el apoyo y simpatía de las izquierdas hacia las dictaduras del ya extinto bloque soviético, o hacia la Cuba castrista, en lugar haberse centrado en la defensa de la libertad, sin concesiones. O a la sintonía con movimientos nacionalistas de carácter etnicista, racista o fundamentalista en Europa, en lugar de haber sido intransigentes respecto al principio de igualdad. En fin, ese permanente plegarse de la izquierda institucionalizada al puro y exclusivo afán de poder, desprovisto de cualquier contenido programático o ideológico, han llevado a las izquierdas en toda Europa, y también en España, a su situación actual.

Y hoy, el socialismo en España, nos plantea romper la nación y disgregar la igualdad ciudadana, para ceder a la reivindicación de privilegios por los catalanistas y los vasquistas, prescindir de la tenue libertad que hay en España, para mejor acomodarse a los propósitos despóticos de los caciques de Cataluña y Vascongadas, y quebrar la Seguridad Social. Y a eso le llaman progresismo. Y para defendernos de esa monstruosa política, que no busca otra finalidad que mantener al PSOE en el poder a costa de lo que sea, sólo disponemos del PP, un partido que no siente ningún aprecio ni por la libertad, ni por la igualdad, ni por la fraternidad, aunque intenta hacer bandera propia de la defensa de esos valores en los que no cree.

Pla (miembro del CR3)

06 octubre, 2007

El secuestro de la República


En el ámbito de la colaboración establecida entre el Club Republicano Tres y el Centro de Investigación y Estudios Republicanos (CIERE), reproducimos para el Blog de Debate Republicano el último articulo aparecido en prensa del Presidente del CIERE, D. Manuel Muela, titulado "El Secuestro de la República"


Las últimas controversias sobre la Monarquía, y concretamente sobre su titular, el Rey, acompañadas de manifestaciones con la quema de fotografías en poblaciones de Cataluña, han situado a la República y al republicanismo en el centro de una polémica a la que ambos son ajenos. Porque, en mi opinión, estamos asistiendo a un episodio más de la crisis del régimen de la Transición impulsada por algunos de sus protagonistas, especialmente los nacionalistas, que son conscientes de su fuerza para condicionar la política general de España.

Para nadie es un secreto que la situación política española presenta una imagen de degradación nada acorde con las pautas que serían exigibles en un país relevante de la Unión Europea: las prioridades públicas están centradas en satisfacer las ansias de poder de las diferentes clases políticas florecidas al amparo del Estado de las autonomías, con olvido, en la mayoría de los casos, de los intereses de una población que trabaja, paga sus impuestos y contempla atónita los ajustes de cuentas entre los gestores públicos. La desconfianza se adueña de los españoles, sin que nadie asuma sus responsabilidades en una crisis constitucional que no ha hecho sino explotar a lo largo de esta legislatura, y que amenaza con prolongarse en la siguiente.

El orden constitucional de 1978, cuyo sostén es la llamada monarquía parlamentaria, aunque sería más apropiado denominarla partitocrática, ha alimentado el crecimiento de poderosas fuerzas centrífugas que han ido fagocitando los valores de libertad, igualdad y justicia, en los que se fundamenta cualquier Estado democrático. Tales valores han sido sustituidos bien por la adoración a lo étnico en aquellas regiones con presencia nacionalista, bien por el cultivo casi folklórico del localismo en aquellas otras que las imitan. La conclusión de ello es la insolidaridad y el cantonalismo, ambos letales para la supremacía del Estado como garante de la transformación libre y democrática del país.

En ese contexto aparecen los ataques a la Monarquía y a su titular, con escándalo farisaico de muchos que saben lo difícil que resulta evitar que la institución y su titular salgan indemnes del desbarajuste en que se encuentra inmerso el régimen de la Transición. Entonces se pone en circulación el cliché manido de la República y el republicanismo, como si fueran los agitadores insolentes y anárquicos en el mundo suave y ordenado del orden de la Transición. Practicar un secuestro del republicanismo absolutamente desleal es una manera tosca de desviar la atención sobre los problemas que atenazan a la gobernación del país y la falta de iniciativas solventes para encararlos y resolverlos.

Como todos aquellos movimientos políticos que han sido protagonistas de nuestra historia, el republicanismo español tiene una historia con luces y sombras. En el caso que nos ocupa, sin embargo, el republicanismo no solo es ajeno a lo que está sucediendo, sino que, como consecuencia del apartamiento y el ostracismo al que fue condenado desde los inicios de éste régimen constitucional, puede presentarse ante la sociedad española como una opción política de orden y democrática, capaz de unir en su seno las esperanzas de quienes aspiran a hacer de España un país moderno y libre, metas por las que siempre lucharon los liberales y republicanos españoles.

No son la República y el republicanismo los que pretenden subvertir el orden constitucional: son los protagonistas y beneficiarios del mismo los que lo subvierten a diario con el consiguiente descrédito del poder público. Es momento de que cada uno asuma las responsabilidades que le corresponden, sin endosar a otros sus errores e incompetencias.

Lo que parece claro es que la experiencia de todos estos años y los acontecimientos que vivimos justifican la necesidad de construir un orden distinto que permita la recuperación de instituciones de contenido genuinamente democrático. Para ese objetivo, el pensamiento republicano liberal, hasta ahora ausente de la política española, podría aportar una alternativa de cambio para los ciudadanos.

En ocasiones anteriores, los republicanos de España se cargaron de razones para su apelación republicana en momentos de grave crisis nacional, sin demagogia ni improvisaciones. Ante la crisis del régimen de la Monarquía, el republicanismo debe aspirar a convertirse en una referencia integradora y no sectaria del cambio progresivo y ordenado de nuestro país, aplicando la razón y el valor del interés general a los problemas que preocupan a los españoles. La agitación y las proclamas dinamiteras son algo marginal en las que República y republicanismo no tienen arte ni parte.

Por Manuel Muela Martín-Buitrago
(aparecido en El Confidencial.com del 3 de octubre de 2007)